jueves, 17 de octubre de 2013

Al final de la garganta… la voz.

Por Salomón Morales 


Rob Epstein y Jeffrey Friedman son dos realizadores bastante solventes a la hora de abordar la narrativa cinematográfica, sus trabajos pueden o no gustarte, pero sin duda logran provocar el dialogo con el espectador, la reflexión y un buen momento frente a la pantalla. 

Ambos emergieron como documentalistas, sin embargo, en los últimos años han aprovechado ese recurso para meterse al terreno de la ficción, para no ir más lejos basta citar el magnífico filme Howl (2010), en el que James Franco personifica al poeta Beat Allen Gingsber, contándonos todo lo que su aullido desato. 

Epstein y Friedman gustan de abordar en sus películas temas que son atrayentes, polémicos: la sexualidad, la censura, tabúes sociales. Ahora, dan nuevamente de que hablar al revivir la mítica figura de Linda “Lovelace”, en un filme que discurre por dos visiones en las que narran con elípticos juegos de tiempo, primero la incursión de Lovelace en la industria del porno y posteriormente cómo dicha industria la penetra y la parte. 

Al hablar de Linda Lovelace es inevitable hablar de “Garganta Profunda”, aquella película que en 1972 catapultó a la industria del porno, logrando introducir al cine XXX en la cultura popular, recaudando de paso ganancias millonarias y dejando tras de sí una estela de periplos para su protagonista, cuyo real nombre era Linda Susan Boreman, nacida en 1949, bajo el seno de una familia castrante, con una madre enajenada por la televisión y la religión, de padre policía y llegando a la adolescencia ya con un embarazo del que se deshizo dando en adopción a su primogénito.

Amanda Seyfried, que resulta por momentos convincente en su papel, es la encargada de dar vida a Lovelace, quién intentando huir del aburrimiento se enreda con Chuck (Peter Sarsgaard), un charlatanesco productor de cine que la lleva a vivir con él para luego devenir en padrote, viendo en ella modo de ganar dinero, Chuck la va llevando al frenesí sexual para tenderla en la cama a disposición de una industria dispuesta siempre a engullir carne nueva, adormecida por el sometimiento a base de miedo e ignorando donde el placer se convierte en tortura.

Lovelace, es una película que da voz a la garganta profundamente acallada, sin moralina y sin despotricar en contra de lo que puede haber detrás de la industria del cine porno, una film que intenta hacer contrapeso a la leyenda de garganta profunda, para contar la historia de quién protagonizó aquella otra película, de la cual ni si quiere le toco lo que le correspondía en ganancias. 

En el planteamiento de Rob Epstein y Jeffrey Friedman, “Lovelace” no es “Garganta Profunda”, Lovelace es Linda Susan Boreman.

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