sábado, 21 de septiembre de 2013

HELI: UN JUICIO A LA SOCIEDAD KAFKIANA

Por Andrea González

La mirada del artista ante la adversidad debe ser siempre crítica y vanguardista, transcriba o no su pensamiento político en su obra. De manera muy oportuna, Amat Escalante aborda el ambiente violento, injusto y kafkiano del México contemporáneo, combinando en Heli una historia estremecedora con una técnica cinematográfica rica en simbolismos. La corrupción y la incompetencia de las autoridades y del sistema de justicia, el rezago económico y cultural en los estados marginados, el predominio de las leyes del mercado y de la droga por encima de  la supremacía del Estado Mexicano…  Heli pone el dedo sobre todas las llagas, promoviendo la reflexión y el cuestionamiento sobre las instituciones que nos rigen y las que deberían regirnos.

A pesar de los errores de dirección que dejan un mal sabor de boca, así como de la errada manera de comunicar la información, de los diálogos poco convincentes y del desabrido final, la historia de  Heli puede dividirse en dos partes complejas y bien realizadas: lo que hay detrás del encabezado cotidiano para un periódico sensacionalista, y  la crisis estrepitosa que disuelve la humanidad de los hombres tras la violación de sus derechos básicos. Así, Heli se enfrenta a un juicio injustificado y sangriento ante el anonimato del gobierno real de los hombres: la impunidad.

Las imágenes más dolorosas son las que menos deberían sorprendernos: niños que lo mismo juegan videojuegos que torturan personas, la polifonía permanente que se mezcla en forma caleidoscópica con imágenes enfermizas para informar y desinformar al espectador que, como Heli, pasa mucho tiempo ahogando su desidia en el licor intimidante de la caja mal usada por idiotas, disparos a quemarropa a ancianos, militares girando sobre su propio vómito, son los recursos con los que Amat Escalante nos recrimina por vivir en una sociedad que obliga al individuo a crecer entre la oscuridad y la indiferencia.

El impacto visual es doloroso, hiperrealismo puro, pero no la mirada desde el penthouse de un niño rico que voltea con curiosidad hacia las clases menos favorecidas -error fatal de los cineastas amantes de esta técnica-, sino la humanización del espectáculo mediático al que asistimos cada vez que la televisión anuncia con regocijo que se encontraron nuevas víctimas del crimen organizado. La fotografía es maravillosa: el cielo estrellado del desierto casi parece burlarse de la muerte del padre de Heli, una mirada a los griegos y al destino escrito en el firmamento, irreversible, irresistible, inevitable. Da la impresión de que todo es inevitable, de que ya nos cargó la verga, como dice uno de los militares en la camioneta, y es curioso, pero de hecho no parece que el diálogo sea con Heli, con Estela o con Beto, sino con el espectador mismo, que a partir de entonces se las ve negras para adaptarse a una tierra sin dios, una tierra en la que hay que mamar de las tetas de una justicia desolada, triste, abandonada e inútil.

La impotencia, en fin, es el sentimiento que termina por anular al hombre y enaltecer a la bestia es el eje principal de la película mexicana. Independientemente de su cuestionable calidad a lo largo del desarrollo de la trama, Heli es una propuesta diferente del cine mexicano, una confrontación con el miedo, el proceso judicial del hombre desinformado, una invitación a integrarse a la crítica y a despegarse de la fantasía del escenario vacío de lo políticamente correcto.

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